Los esqueletos se convirtieron en horripilantes símbolos del catolicismo en zonas dominadas por los protestantes. No está claro si esta medida fue efectiva en algún momento, pero en el siglo XIX se convirtieron en una vergüenza para el fanatismo del pasado. Aunque se consideraba simonía y estaba prohibido vender los esqueletos o sus joyas, algunos sacerdotes emprendedores lograron ganar dinero transportándolos al campo y recibiendo algunas bendiciones.
En 1803, los magistrados seculares de Rottenbuch, en Baviera, subastaron los dos santos de la ciudad. 174 años después, en 1977, los residentes de la ciudad recaudaron fondos para recuperarlos, pero en su mayor parte, los santos de las catacumbas fueron olvidados y desechados.
Pero llegó el momento de volver a ser el centro de atención en 2013, cuando Paul Koudounaris reavivó el interés por ellos con su nuevo libro, donde intentó fotografiar y documentar a todos y cada uno de los santos de las catacumbas. No está claro si realmente lo hizo, pero ciertamente logró sacarlos a la luz pública. El explica:
“Después de que fueron encontrados en las catacumbas romanas, las autoridades del Vaticano firmaban certificados que los identificaban como mártires y luego colocaban los huesos en cajas y las sellaban con cera, probablemente por monjas”.